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Pequeños cuentos,frases o videos de gran ayuda para el Alma.

viernes, 8 de abril de 2011

Para esa gente que siempre esta apoyandonos

Abandoné rápidamente el instituto. Estaba deseando llegar a casa para planear el fin de semana, había pensado jugar al futbol, acercarme a ver alguna peli con los amigos, y luego íbamos, seguramente, a organizar un campeonato de videojuegos en casa de Raúl.

A lo lejos vi también a un chico de mi clase caminando hacia su casa, su nombre era Iván, y me llamó mucho la atención que iba cargado con todos sus libros.
-¿Qué raro?, llevándose los libros en fin de semana, -pensé- debe de ser un empollón.
Curiosamente, no teníamos, ninguno de la clase casi trato con él.

Lo observé durante unos minutos y pude ver como se acercaba una pandilla de chavales. Le tiraron los libros que cargaba, y lo empujaron para que cayera al suelo, allí comenzaron a pisotearlo mientras se reían y lo insultaban.
Sus gafas salieron volando y pude ver como cayeron en la hierba a unos tres metros de él. Miró hacia arriba y observé una terrible tristeza en sus ojos.

Mi corazón dió un vuelco y no pude evitar salir corriendo hacia él, cuando llegué hasta su altura, todavía seguía arrastrándose por el suelo, intentando encontrar sus gafas.
Cuando me miró pude ver como las lágrimas empezaban a caer por sus mejillas, y mientras le entregaba sus gafas, le dije: - Esos tipos son unos idiotas, deberían ocuparse en algo.-

Iván se levantó y mientras se secaba las lágrimas, me miró y me dijo: -Oye, muchas gracias.-
Había una enorme sonrisa en su cara, era una de esas sonrisas que mostraba auténtica gratitud.
Le ayudé a recoger sus libros y le pregunté donde vivía. Resultó que vivía cerca de mi casa, así que le pregunté que por que no le había visto nunca por el vecindario.
Dijo que había ido a una escuela privada anteriormente, estuvo durante muchos años internado.

Mientras marchábamos hacia casa estuvimos charlando un buen rato. Resultó ser un chico muy agradable. Lo invité a jugar al fútbol conmigo y mis amigos el sábado por la mañana, y aceptó.
Pasamos juntos el fin de semana, y mientras más lo conocía, más me agradaba. Mis amigos pensaban igual.

Llegó la mañana del lunes, y hay estaba Iván, de nuevo con su enorme montón de libros. Le detuve y le dije que si continuaba así, iba a conseguir muy buenos músculos. El simplemente se rió y me paso la mitad de los libros.

Durante los siguientes cuatro años Iván y yo, nos convertimos en los mejores amigos.

Pasó el tiempo y el instituto terminó, había que pensar en la universidad. Iván eligió marcharse a estudiar a Estados Unidos, tendríamos que separarnos, pero yo estaba convencido de que siempre seríamos amigos, y que por muchos kilómetros que nos separarán, seguiría siendo así. La distancia nunca sería un problema.

El decidió convertirse en doctor, y yo me decanté por los negocios en las empresas.

Siempre pensé que era un empollón porque en la universidad, Iván sacaba siempre las mejores notas.

Pasados los años cuando llegaba su graduación, me llego una carta desde Estados Unidos con un billete de avión, Iván deseaba que estuviera presente cuando recibiera su diploma.

¡Vaya con el empollón! Mi amigo estaba estupendo en el estrado, le había tocado dar el discurso en nombre de los alumnos y no me extrañó. Los mejores hospitales se lo estaban sorteando. Había sacado las mejores notas, se había convertido en el alumno más popular y en el más ligón de la universidad, y se me provocaba algo de celos.

Desde el estrado, me dedicó un guiño, me sonrió, y pude leer en sus labios gracias.

Cuando le presentaron se acercó al estrado, aclaró su garganta y comenzó su discurso:
- El tiempo de graduación es el de agradecer- dijo con la voz calmada Iván – a aquellos que nos ayudaron a lograrlo, a través de aquellos años difíciles. Nuestros padres, nuestros maestros, nuestros hermanos, tal vez un entrenador, pero más que nada los amigos. Estoy aquí para decirle que se un amigo es el mejor regalo que puedes dar a alguna persona.-

-Les voy a contar una historia, un suceso que cambió mi destino.- prosiguió. – Un día decidí que no quería seguir viviendo, había planeado suicidarme un fin de semana. Y ese viernes decidí vaciar mi taquilla para que mi madre no tuviera que recogeros, y cargado de libros me marché hacia mi casa.- me miró profundamente y me regaló una sonrisa.

-Gracias A Dios fui salvado. Mi amigo que se encuentra allí sentado-dijo mientras me señalaba – me salvó de hacer una locura.- Oí una exclamación de la multitud mientras me apuntaban todas las miradas. Y vi a sus padres llorando, mirándome y sonriendome agradecidamente.
Hasta ese momento no me di cuenta de la importancia de aquel encuentro.






Nunca subestimes el poder de tus acciones, con un pequeño gesto puedes cambiar la vida de una persona. Para bien o para mal, nuestras acciones pueden afectar a otros de alguna manera.
Y recuerda los amigos son ángeles que nos ponen en pie cuando nuestras alas tienen problemas para recordar como volar

1 comentario:

  1. Hace mucho que leí esta historia, pero cada vez que la leo me hace llorar.. a ver si nuestro blogger favorito pronto continua

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